Durante las dos semanas de las jornadas, nos alojamos en una casita cercana a la Casa de
la Cultura. Este espacio se convirtió pronto en un verdadero hogar para nosotros. Los
desayunos y cenas tenían lugar en El Casinillo; un espacio habilitado en la Casa de
Cultura para ello. Ahí hablábamos, reíamos y compartíamos nuestras experiencias diarias.
El Casinillo; se convertía también en nuestra sala de reuniones improvisada. Durante estos desayunos y cenas, repasábamos los acontecimientos del día y trazábamos los
planes para el siguiente. Convivir y trabajar tan estrechamente creó una camaradería
especial entre todos nosotros, una unidad que se fortalecía con cada comida compartida y
con cada nueva tarea emprendida.
Durante el día en “El Casinillo”, las señoras mayores solían reunirse para hacer ejercicios
físicos de mantenimiento; por la tarde, los señores se reunían para jugar a las cartas, lo
que daba a El Casinillo; un ambiente comunitario y acogedor.
Para nuestras comidas de mediodía, optamos por el restaurante Truckers, un lugar conocido por su comida casera y su amable servicio.
Estas comidas compartidas, los momentos de ocio y trabajo, y especialmente la forma en
que los habitantes de El Vellón nos recibieron en su comunidad, fueron claves para el
éxito de las actividades de cada día.
A medida que las jornadas avanzaban, esa casita que antes nos parecía ajena se
transformó en nuestro pequeño hogar. Se llenaba de risas y chistes a media noche, de
conversaciones animadas y pensamientos profundos, convirtiéndose así en un espacio de
creatividad y amistad.
Justo cuando creíamos que las jornadas no podían ser más enriquecedoras, asistíamos a
los talleres, a las actividades de danza y a las conferencias, compartíamos saberes y
experiencias con los lugareños, entre muchas acciones más, y nos dábamos cuenta de que
estábamos formando parte de algo verdaderamente especial.
El final de las jornadas llegó más rápido de lo que nos hubiese gustado. El lazo que se
había formado entre nosotros, la conexión con el entorno y la bondad de los participantes
y ciudadanos de El Vellón, nos dejó con una sensación de enriquecimiento que nunca
olvidaremos.
Nos marchábamos con recuerdos invaluables, pero también con el pesar de tener que
decir adiós a un lugar y a un conjunto de actividades que nos habían aportado tanto.
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